Sherlock irrumpe en el salón, pero no con sus habituales objetos personales, sino con un gran arpón lleno de sangre y vísceras, al igual que su cara y su cuerpo. Se duchó y limpió el arpón, pero, como no, estaba aburrido, muy aburrido y los casos no aparecían en la web. Tan aburrido estaba que no podía aguantar las ganas de... fumar, su gran obsesión de la que intentaba alejarse. Pero Watson no pensaba darle el tabaco. Justo cuando pensaba ensartar a la señora hudson por no darle su "alijo secreto", sonó el timbre, un cliente.
El cliente era Henry Knight, un niño trastornado con el asesinato de su padre cuando tenía nueve años, a manos de un feroz perro asesino.
Sherlock y Watson viajaron al pueblo de Henry en el que se encontraba la base secreta de Bakerville en torno a la cual siempre se oían rumores de experimentos genéticos con animales. Debían entrar en Bakerville, fuese como fuese, para ello utilizaron la tarjeta de acceso con prioridad máxima de su hermano, Mycroft Holmes. Una vez dentro empezaron a investigar, pero no descubrieron nada raro, solo que una de las doctoras había alterado genéticamente un conejo.
Vámonos directamente al final, pues lo demás es bastante largo y pesado
¡El perro no era real! solo era una droga que unos difusores expulsaban del suelo en la hondanada en la que habían matado al padre de henry, pero no fué un perro quien lo hizo sino, el mejor amigo del padre de Henry, y el perro solo era un perro corriente, que era exagerado por las drogas.
Sherlock solucionó el caso y volvió a londres, aburrido, como siempre...